miércoles, 28 de enero de 2009

Cuentos para el día de la paz



Hace miles de años hubo en Asia dos príncipes enemigos que constantemente se amenazaban aprovechando el menor pretexto.
Uno de ellos decidió declarar la guerra y ordenó a los habitantes de su nación que se prepararan para luchar.
El otro príncipe aceptó el desafío. Sin embargo, como habían pasado más de quince años desde la última batalla, no recordaba dónde estaban guardadas su armadura y su ropa de combate. Cuando faltaba un día para el enfrentamiento pidió a su madre que le llevara su casco. La señora regresó con las manos vacías.
—¿Por qué no lo trajiste? —le reclamó.
—No pude cargarlo, pesa mucho —contestó ella.
—Yo mismo iré por él.
—No, por favor no lo toques —pidió la madre mientras le impedía el paso.
—¿Cómo piensas que puedo ir a la guerra sin casco? —preguntó él.

—Mira hijo, dentro de tu casco, que estaba en el patio trasero, una paloma hizo su nido, y dentro de él hay tres pequeñas crías. Las palomas son las aves de la paz: nunca hacen daño a nadie. Todos los días su madre les trae de comer lo que encuentra. ¿Cómo puedo destruir su nido? Cuando vea que quiero tomar el casco, la madre se irá volando y dejará llorando a los polluelos. Eso traerá desgracias a nuestro país..
El príncipe no quería discutir con su madre y se presentó al combate sin casco. Al verlo, su enemigo quedó sorprendido.
—¿Cómo se te ocurre combatir así?
—Mi madre halló que en el casco viven una paloma y sus polluelos. No quisimos hacerles daño.
El otro príncipe no podía creer lo que escuchaba y pidió a uno de sus hombres que comprobara si la historia era cierta.
—Pues sí. Dentro del casco hay tres palomas muy pequeñas con su madre. Se me hace que apenas rompieron el cascarón —confirmó el enviado.
Entonces el príncipe le tendió la mano a su enemigo.
—Hagamos la paz para siempre. Le propuso. Tu madre no quiso destruir el nido de la paloma y sus polluelos ¿cómo podemos querer tú y yo destruir los hogares de miles de personas?
Desde aquel día, los dos reinos fueron amigos y la paloma se convirtió en símbolo de la paz.

Fuente: www.valores.com.mx



Gilgamesh y Enkidu

Cuentan que el Sol envió a su hijo Gilgamesh a gobernar la ciudad
de Uruk, en Mesopotamia. Pero a pesar de su riqueza y poder,
éste nunca se sentía en calma. Constantemente buscaba formas
de demostrar su fortaleza y autoridad: sometía a los habitantes y
organizaba grandes cacerías en el bosque.
Pensando en engrandecer su reino ordenó que se construyera una elevada muralla alrededor de Uruk. En los trabajos participaron todos los hombres, obligados a abandonar a sus familias. La población comenzó a temer que estuviera planeando una guerra y le pidió ayuda al Sol. Éste decidió crear a otro hombre tan fuerte como Gilgamesh.
El nuevo hombre se llamaba Enkidu. Llegó a vivir en el bosque, entre los animales. Cuando un cazador intentó atacar a sus amigos los protegió y éstos le quedaron muy agradecidos. Al saberlo, Gilgamesh se enfureció. Enterado de que los ciudadanos abrigaban la esperanza de que Enkidu los liberara de su dominio, planeó matarlo.
Una mañana la gente de Uruk presenció la llegada de Enkidu, quien quería enfrentar al cruel gobernante. El rey ordenó que todos se reunieran para mostrarles cómo vencía al extraño.
Al verlo venir le gritó, desde una torre en la muralla:
—Yo soy el más poderoso de los hombres. Te reto a un combate. Sube para que peleemos.
—Estoy preparado —respondió Enkidu mientras ascendía.
La batalla entre los dos fue intensa y se prolongó mucho tiempo. Los dos hijos del Sol tenían la misma fuerza, y parecía que, al pelear, ninguno podría vencer al otro. Sin embargo, de pronto ocurrió algo sorprendente. Gilgamesh se resbaló y empezó a caer por la pendiente.
Todos esperaban verlo morir. Pero, de inmediato, Enkidu le tendió su brazo para que se sujetara. Cuando estuvo a salvo ambos se abrazaron.
—¿Por qué me ayudaste? —le preguntó.
—Porque sabía que si hay paz entre tú y yo, habrá paz en Uruk
Conmovido por los hechos Gilgamesh ordenó que se suspendiera la edificación de la muralla. Los habitantes organizaron una gran fiesta. En los años siguientes vivieron en una calma que no habían imaginado, bajo el gobierno de los dos hermanos.

Un cuento: Buscando la paz
http://www.actosdeamor.com/buscandopaz.htm

Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron.
El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.

La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas placidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos quienes miraron esta pintura pensaron que esta reflejaba la paz perfecta.

La segunda pintura también tenía montañas. Pero estas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacífico.

Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, vio tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio de del rugir del la violenta caída de agua, estaba sentado placidamente un pajarito en el medio de su nido...

¿Paz perfecta...?

¿Cuál crees que fue la pintura ganadora?

El Rey escogió la segunda.

¿Sabes por qué?

"Porque," explicaba el Rey, "Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de estar en medio de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la paz."


Las lágrimas del dragón
cuento japonés

Lejos, muy lejos, en la profunda caverna de un país extraño, vivía un dragón cuyos ojos centelleaban como tizones ardientes.

Las gentes del entorno estaban asustadas y todos esperaban que alguien fuera capaz de matarlo. Las madres temblaban cuando oían hablar de él, y los niños lloraban en silencio por miedo a que el dragón les oyese.

Pero había un niño que no tenía miedo:

- Taró, ¿a quién debo invitar a la fiesta de tu cumpleaños?
- Mamá, quiero que invites al dragón.
- ¿Bromeas?, - dijo la madre.
- No, quiero que invites al dragón, - repitió el niño.

La madre movió la cabeza desolada. ¡Qué ideas tan extrañas tenía su niño! ¡No era posible!
Pero el día de su cumpleaños, Taró desapareció de casa. Caminó por los montes, atravesando torrentes y bosques, hasta que llegó a la montaña donde vivía el dragón.

- ¡Señor dragón! ¡Señor dragón!, -gritó con voz vibrante.
- ¿Qué pasa? ¿Quién me llama?, - pensó el dragón, sacando la cabeza fuera de su enorme caverna.
- Hoy es mi cumpleaños y mi madre preparará un montón de dulces, -gritaba el niño-. He venido para invitarte.

El dragón no podía creerse lo que oía y miraba al niño gruñendo con voz cavernosa. Pero Taró no tenía miedo y continuaba gritando:

- ¡Señor dragón! ¿Vienes a mi fiesta de cumpleaños?
Cuando el dragón entendió que el niño hablaba en serio, se conmovió y empezó a pensar:
- Todos me odian y me temen. Nadie me ha invitado nunca a una fiesta de cumpleaños. Nadie me quiere. ¡Qué bueno es este niño!

Y mientras pensaba esto, las lágrimas comenzaron a descolgarse de sus ojos. Primero unas pocas, después tantas y tantas que se convirtieron en un río que descendía por el valle.

- Ven, móntate en mi grupa - dijo el dragón sollozando- te llevaré a tu casa.

El niño vio salir al dragón de la madriguera. Era un reptil bonito, con sutiles escamas coloradas, sinuoso como una serpiente, pero con patas muy robustas.

Taró montó sobre la espalda del feroz animal y el dragón comenzó a nadar en el río de sus lágrimas. Y mientras nadaba, por una extraña magia, el cuerpo del animal cambio de forma y medida y el niño llegó felizmente a su casa, conduciendo una barca con adornos muy bonitos y forma de dragón.

1 comentario:

carmen dijo...

me han encantado los cuentos, un muy buen trabajo
un beso
Carmen